Aprovecho que estamos en plena época de torrijas, huevos y monas de pascua, para hablaros de algo que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos. Se llama comer emocional y tú también lo tienes.

De alguna manera, nuestra vida gira en torno a la comida. Y es que, aparte de estar presente en nuestro día a día, también es la protagonista de muchos eventos. Quedas con tu crush a tomar café, celebras tu boda con un gran banquete, te vas de cena de empresa o comida de aniversario…

Vamos, que nos gusta comer 😄. Dicho así, no tiene nada de malo. El problema viene cuando recurres a la comida para cubrir ciertas carencias. Emocionales o del tipo que sean. Y creo que, aunque suene un poco excesivo, está bastante extendido. Estoy hablando de comida pero habrá quienes recurran a las drogas, el sexo o las redes sociales para cubrir esas mismas (u otras) necesidades.

Es curioso… Vivimos en la sociedad más avanzada, lo tenemos todo y, a la vez, nada nos parece suficiente. Cada vez hay más vacíos interiores y más gente en los psicólogos. Ojo, esto último no es una crítica. Creo que hacen una labor increíble y creo además que, junto con los nutricionistas y los graduados en ciencias de la actividad física y deporte, son los grandes maltratados en la rama sanitaria. Ojalá pronto se les conceda más espacio y visibilidad en los centros de salud pública porque tienen mucho que decir y mucha gente a la que ayudar.

Decía que últimamente lo tenemos todo y, sin embargo, tratamos de buscar la felicidad más allá, nos refugiamos en la comida y las redes sociales para maquillar nuestras inseguridades. A veces, además, pecamos de simplistas y nos cuesta ir a la raíz del problema. Vemos a alguien con sobrepeso u obesidad y lo primero que se nos ocurre es ponerle a dieta y mandarle ejercicio físico. Vamos, que pensamos que esto se cura en el endocrino y el gimnasio. Y digo yo, ¿qué hay de la psicología?

Puede que los kilos no sean su principalmente problema sino tan sólo una consecuencia, una manifestación de algo más complejo. Quizá haya un componente psicológico, puede que ese individuo tenga una autoestima baja y canalice su frustración o malestar a través de la comida. Si es así, lo primero es identificar el problema. Y quizá sería conveniente contar con ayuda especializada, con psicólogos o psiconutricionistas.

Y creo que el hambre emocional puede ser una de las causas de ese problema.

Todos sentimos hambre emocional al ver algo que nos entra por la vista y nos gusta. Puedes no tener apetito en ese momento (hambre fisiológica) pero lo comes por placer. Seguro que te ha pasado… Vas a casa de familiares o amigos, te sacan la cafetera y el arsenal de bollos. Tú acabas de comer y no tienes mucho hambre pero, ¡cómo les vas a negar la pasta de té! (ojo que muchos se enfadan  XD). Tú les dices que no, gracias, que no tienes hambre. Pero ell@s insisten y sueltan el magistral: “pues sin hambre”. ¡Sin hambre! A veces usamos la comida como interacción social. No se espera de ti que tengas hambre pero sí que contribuyas a la conversación, bollito en mano.

No es que sea algo malo. Todos sabemos cómo funciona el juego y tampoco vamos a cambiar ahora todas esas normas o códigos no escritos. Todos comemos de manera emocional. Y lo seguiremos haciendo.

El problema viene cuando no podemos controlarlo y se convierte en algo patológico. Volviendo a mi caso personal… He visto cómo la comida me ha controlado en muchos momentos. Me he visto a mí misma esperando a que abriera el supermercado de en frente para ir a por un paquete de galletas o unos donetes. Esa sensación de ansiedad repentina que te entra, ese puro deseo de llevarte a la boca algo muy concreto. Esto, repetido en el tiempo, puede ser una fuente de insatisfacción y problemas. Por eso creo que es importante saber identificar el hambre emocional y tratar de comer de forma consciente.

¿Cómo sé si es hambre emocional?

A diferencia del hambre fisiológico (normalmente tiene unos horarios. Si sigues una rutina, verás que generalmente tienes hambre a la misma hora), éste suele aparecer de forma repentina. Además, guiado por el hambre emocional, puedes llegar a hacer algo que te supone un “esfuerzo” sólo por satisfacer ese deseo o darte ese capricho. Ejemplo: doce de la noche, ya estás en pijama pero de repente, se te antoja una hamburguesa, un MCflurry o una chocolatina y eres capaz de vestirte y salir a la calle a por ello.

No soy quién para juzgar pero yo diría que, si esto se repite con algo de frecuencia, podríamos hablar de algo patológico. Vamos, que no me resulta algo anecdótico, creo que es una señal de que la comida te está controlando.

Otra de las características del hambre emocional es que tus elecciones se basan en el deseo que tengas por ese alimento, sin tener en cuenta propiedades nutricionales o lo que pueda aportarte.

Además, se come de manera rápida y compulsiva e influye la cantidad que eliges (acabas comiéndote la tableta de chocolate o la bolsa de patatas entera). En el hambre fisiológico, en cambio, comerías guiándote por tus niveles de saciedad y lo harías de manera más consciente y tranquila.

Por último, cuando terminas de comer con hambre emocional, generalmente hay una emoción negativa asociada. Suele ser un sentimiento de malestar, culpabilidad y frustración y todo eso influye, a fin de cuentas, en tu autoestima.

Otra de las asociaciones que se da es entre “comer emocional” y “comer por aburrimiento”.

¿Por qué ocurre esto? En el comer emocional hay un mecanismo muy importante que está trabajando y es el sistema de recompensa. Es decir, cuando realizas una actividad que tu cerebro interpreta como positiva (te genera un placer o bienestar), el cerebro va a tratar de repetirlo y automatizarlo. Si activas tu sistema de recompensa con la comida y, en concreto, con alimentos muy palatables (altos en grasas y/o azúcares y/o sal) vas a liberar serotonina y dopamina y vas a querer recurrir a ellos para sentirte bien.

Pensándolo fríamente es un poco peligroso porque si tu cerebro asocia esa acción (comer productos palatables, generalmente ultraprocesados) con la emoción que te genera (felicidad), tu cerebro (que no distingue si eso está bien o no), va a querer repetirlo en el tiempo y seguir consumiendo esos productos.

Además, entraña un riesgo y es que, al igual que ocurre con otras adicciones como las drogas o el alcohol, con el tiempo te vuelves más tolerante. Es decir, que cada vez necesitas una dosis mayor para conseguir el mismo efecto. Un círculo vicioso.

Y entonces, ¿qué solución hay? ¿Ya está todo perdido? ¿Soy adict@? ¿Cómo me “desintoxico”? 🙄 La buena noticia es que puedes salir de esto. Esta conexión que el cerebro hace entre acción y emoción no es algo innato, sino aprendido. Y como todo en la vida, igual que aprendes, puedes desaprender. Tienes que conseguir que tu cerebro deje de asociar esos alimentos con una emoción de placer. No sé si esto es posible exactamente pero sé que hay algo que está en tus manos y es reducir el consumo de estos alimentos.

Mi experiencia, desde que he dejado de comerlos, es que mi ansiedad se ha reducido y mi cuerpo ya no me pide como tal esa dosis. Cuanto menos comes, menos necesitas. Tu cuerpo deja de pedírtelos.

Claro que puedes salir un día y darte un capricho. Mientras esté controlado, no hay mayor problema. Hay una diferencia entre comer emocional puntual y comer emocional sistemático. Ahora, si tienes la sospecha de que ese comer emocional va más allá y puede ser patológico, te recomiendo que reflexiones sobre el tema.

Deberíamos empezar (yo la primera) a romper la asociación entre comida y emoción. Está claro que comer es un placer para todos pero siempre y cuando no recurramos a ella para sentirnos bien, de igual forma que no comamos simplemente por aburrimiento. Supongo que hay muchas otras maneras de sentirnos realizados y de encontrar un pasatiempo: el cine, la lectura, el deporte…

Y a la inversa, lo mismo. No creo que sea lo más apropiado tratar de aliviar un mal día con una tarrina de helado. Eso no es una solución a un problema, es tan sólo un parche, una gratificación momentánea que puede desencadenar en otro problema mayor más adelante. Esa tarrina te va a calmar momentáneamente pero corres el riesgo de que tu cerebro automatice esa acción con la sensación placentera y, cada vez que tengas un infortunio, quieras recurrir a ello como vía de escape. ¿Crees que puedes solucionar tu estrés en el trabajo o tu crisis de pareja con una tarrina? Creo que ya sabes la respuesta…

Sé que esto es sólo la teoría y desafortunadamente no puedo hacer que la lleves a la práctica. Tan sólo pretendo darte las herramientas, que reflexiones (si no lo habías hecho ya). El resto tiene que salir de ti, de tu iniciativa y voluntad. Y recuerda que no se trata de hacerlo rápido sino bien.

Sé paciente, porque como dice Usain Bolt… “Yo entreno 4 años para correr sólo 9 segundos. Hay personas que por no ver resultados en dos meses se rinden y lo dejan. A veces el fracaso se lo busca uno mismo”.

¡Hasta la semana que viene!