En mi último post empiezo diciendo que, en esta sociedad, vende más lo espectacular que lo útil. Es curioso cómo, a veces, nuestras palabras sirven de auto consejo.

Hasta hace dos días tenía un plan: una nueva aventura, mudanza a Ibiza, vuelos comprados, facturación hecha y contrato firmado con un conocido hotel.

Y de repente, cuando crees que tienes todas las respuestas, va el universo y te cambia las preguntas. Recibes una llamada que, desde hacía tiempo, estabas esperando. Y, al mismo tiempo, los planetas se alían y te llega una contraoferta. Nada ostentosa, con un sueldo más bajo, en un hotel pequeño de tu también pequeña ciudad.

Y entonces te  sorprendes a ti misma pensándotelo. Y, por primera vez, sientes que estar en tu casa, tu hogar y tu rutina pesa más que empezar de cero en un nuevo lugar.

Que no sé si es la edad, la madurez o sólo una etapa. Pero, por una vez, acaba pesando más lo útil que lo espectacular. Y acabas cambiando aventura por compromiso, ajetreo por tranquilidad, playa por murallas.

Todo ocurrió la semana pasada. Acababa de comprar mis billetes y, de repente, recibí esa llamada. No lo esperaba y sentí un flashback, una sensación de haber vivido lo mismo antes.

Y es que, en su día, me pasó algo similar. Allá por 2014, estaba atravesando por “mi crisis de los 23” (esto merece otro post J). Llevaba tiempo buscando trabajo sin mucho éxito. Y cuando por fin me llega un puesto fijo y tengo el contrato firmado, decido echarme atrás y cambiar todo por nada. Todo por irme a otro país a trabajar de niñera.

Muchos se hubieran quedado con lo fijo. Vivimos en una sociedad que premia el asentamiento, el echar raíces y pena al bohemio y alma libre. Yo, en cambio, por esa época necesitaba experiencias, una vida intrépida e intensa, salir, conocer, trotar, mundar. Y no lo dudé ni un segundo.

Creo que en la vida hay un momento para cada cosa. Hay que saber verlo y dejarse llevar por lo que sientes ahí y ahora. Y otra cosa no, pero eso lo llevo a rajatabla. Esté o no bien visto, lo entiendan o no mi familia y amigos.

No debería decírtelo pero, por si acaso: haz siempre lo que te dé la real gana. Tienes una vida, vívela como quieras y no como te la impongan. Vivirla como quieren los demás es una bonita forma de arruinarse la existencia.
 
Y deja de tener miedo y de ponerte excusas. Nunca se van a dar las condiciones perfectas para dar el paso. Nunca creerás que estás lo suficientemente preparado y nunca sentirás que cuentas con todos los recursos económicos por si fallas.

Todas y cada una de las veces que me he ido fuera, llevaba en mi cuenta no más de 2000€, mis habilidades con el idioma no eran las mejores y claro que tenía miedo. Pero también sentía ilusión, ganas, ansía de retos. Y eso es una motivación mucho más fuerte. Haz que venza.

Pero como digo, supongo que la vida son etapas y después de 5 años viviendo a 200 por hora, necesitaba pisar el freno. Me vi a misma preguntándome si seguir con esta vida era lo que realmente quería. No encontraba una respuesta clara en forma de “sí” o “no” pero el universo estaba tratando de hablarme y mandarme señales. Sólo tenía que escucharme, tarea nada fácil. Ya lo dice el Kanka: “cuando el destino llamó a su puerta, tenía puestos los auriculares”. Pues eso, que a veces estamos demasiado ocupados como para prestar atención a todas esas señales. Tampoco debería decírtelo pero (por si acaso): escúchate más y mejor.

¿Sabéis lo que más me ilusionaba en diciembre, cuando volví de mi última aventura en Australia?

Poner las decoraciones navideñas. Qué simples somos los humanos a veces, ¿verdad? Puede parecer algo sin importancia para el resto de los mortales pero para mí tenía un valor especial. Llevaba años pasando las navidades sola, la mayor parte del tiempo trabajando y sin muchas ganas de comprar árbol y bolitas sabiendo que después tendría que venderlo. No era claramente el momento. 

Pero esta vez era diferente. Sentía que volvía para quedarme y, de repente, me ilusionaban cosas simples que la mayoría no valora por disponer de ello siempre: pasar tiempo con mi familia, idear la cena de Navidad, dormir en mi cama, recuperar mi armario (llamadme materialista pero no sabéis el gustazo que da volver a disponer de todas tus prendas y no ir siempre con los mismos 4 harapos de mochilera) y un largo etcétera.

El resto, ya lo sabéis. Y sino, os lo cuento. Decidí quedarme, decidí no buscar trabajo por el momento y dedicarme un tiempo para mí. Para pensar, para fluir, para cuidarme, para llevar a la práctica eso que tanto me apetecía y que antes no había podido llevar a cabo. Decidí prestar más atención a lo que comía, decidí dedicar más tiempo al ejercicio y a la mente, a buscar mi paz interior.

Sé que suena zen pero sinceramente os lo recomiendo. No esperéis a ser madres para pediros una excedencia y cuidar de vuestro hijo. Si así lo sentís, concedeos el placer de hacer un parón. Ya sea porque estás sufriendo de estrés, porque no sepas hacia dónde encaminar tu vida, porque acabes de salir de esa relación… No te olvides de cuidar lo más importante: tú.

El resto (esto sí), ya lo sabéis. Aquí y ahora empieza una nueva etapa para mí. No sé si me equivoqué o no con mi decisión pero he hecho lo que mi cuerpo me pedía. Espero que sea para bien. Espero aprender, disfrutar, redescubrirme, sorprenderme, reinventarme y quizá, con algo de suerte, encontrar mi vocación y mi camino. Y espero seguir teniendo las ganas y la ilusión de contároslo. Aquí, en este pequeño blog.

Si no es la primera vez que pisas por aquí, ¡gracias por seguir leyéndome! Y si eres nuevo, gracias también por esta visita. Espero que sea la primera de muchas más 🙂

Muy buenas tardes y muy felices pascuas, queridos míos.